por Mario Caponnetto* Médico cardiólogo Matrícula Nacional 31509
Un querido colega, de amplia experiencia en el campo de la obstetricia, me comentaba hace poco un caso extraído de su práctica personal: se trataba de un feto de 16 semanas con diagnóstico ecográfico de mielomeningocele, una seria enfermedad congénita del sistema nervioso, afección que en nada pone en riesgo ni la vida ni la salud de la madre pero sí supone la presencia de serias malformaciones en el feto.
Lo interesante del relato es que durante el estudio ecográfico en el que se hizo el diagnóstico estuvieron presentes los padres y algunos familiares, todo en un clima de alegría y de expectación ya que el estudio iba a revelar el sexo del feto. El anuncio de la malformación trocó ese clima en otro de dolor, decepción y angustia.
Tras las consabidas explicaciones a los padres y a los demás familiares respecto del significado de la patología y de las diversas conductas terapéuticas, todas ellas de riesgo para el feto, que el caso ofrecía, se produjo una situación delicada: en tanto la madre deseaba continuar con el embarazo el padre, por el contrario, se inclinaba por el aborto.
Desafío a la ciencia y al médico
Situaciones como esta no son, lamentablemente, infrecuentes en la práctica médica y constituyen un desafío a la ciencia y a la prudencia del médico; pero, son sobre todo, situaciones límites que exigen del médico algo más que los habituales conocimientos científicos propios de su actuación profesional.
Ese plus de conocimiento sólo pueden proveerlo dos disciplinas que, felizmente, están siendo incorporadas cada vez más a los planes de estudios de nuestras facultades de medicina. Me refiero, en primer lugar, a la Ética Médica pero, también -y es lo que deseo resaltar en este momento- a la Antropología Médica una disciplina cuyo cometido central es que los médicos conozcamos lo mejor posible al hombre que es el sujeto de la enfermedad y la “materia” cotidiana de nuestro arte.
Me preguntaba qué se podría decir desde la Antropología Médica frente al caso planteado por el colega. Me vino a la memoria el recuerdo del maestro español Don Pedro Laín Entralgo, médico y humanista, la más alta voz española, sin duda, de la Antropología Médica. Los médicos viejos solemos recordar algunos de sus libros más conocidos: La relación médico paciente y su Antropología Médica para clínicos, entre otros. Pero hay dos obras de Laín que vienen muy a propósito para encarar el tema del aborto hoy en pleno debate y de cara a la situación descripta y a tantas otras similares. Me refiero a Teoría y realidad del otro, obra publicada en 1961 por la Revista de Occidente, y La espera y la esperanza cuya primera edición data de 1957.
En la primera obra, tras una magistral síntesis histórica y filosófica del tema del otro, la otredad, pone Laín como punto de partida de su propia reflexión el encuentro: es, en efecto, el encuentro lo que pone un hombre frente a otro, el otro. Tal encuentro reconoce, según Laín, tres momentos: la percepción, la aceptación y la respuesta.
En el momento inicial, la percepción, hay una gradación que va desde un enfrentamiento conflictivo (el encuentro es en contra de la vivencia original de unidad que es la autopercepción del yo) a la conciencia de que el otro es semejante a mí con lo que aparece el nosotros. Sobrevienen, entonces, dos reacciones posibles: o el rechazo (que vuelve al instante inicial de la percepción como enfrentamiento conflictivo) o la aceptación, es decir, que desde la vivencia de la unidad original el otro es aceptado, aceptación que se manifiesta en la respuesta.
Hablamos aquí de una aceptación que se opera en el plano de la conciencia psicológica, es decir, superando el rechazo acepto que hay algo que no soy yo y, por ende, acepto la existencia del otro a modo de respuesta. Pero falta todavía algo más: en tanto acepto al otro, éste puede presentarse ante mí de distintos modos: como objeto, como persona, como prójimo. Es como si pasáramos de la conciencia psicológica del otro a la conciencia moral del otro.
El otro, como obstáculo
Me interesa, de frente al tema del aborto, detenerme en el otro como objeto. Laín es claro al respecto: “En cuanto objeto, el otro puede serme, ante todo, un obstáculo, algo que se interpone enojosa y perturbadoramente en el camino de mi vida” (Teoría y realidad del otro, volumen II, página 236). ¡El otro como obstáculo que en tanto obstáculo debe ser removido! ¿No es esto, acaso, lo que en definitiva subyace en el ánimo de quienes promueven el aborto? ¿No es el niño por nacer el obstáculo a suprimir? Y si es un obstáculo ¿no es más tranquilizador negarle su condición de persona y, ni digamos, de prójimo? El feto no es sujeto de derechos, hemos oído estos días en el Senado. Si no es persona, ni prójimo ¿qué sentido tiene adjudicarle derechos?
Aquella sala de ecografía del relato del colega bien puede tomarse como una metáfora de nuestra sociedad argentina tensada entre quienes promueven la cultura de la muerte y quienes obstinadamente nos empeñamos en defender la vida indefensa. Todos perciben como en la pantalla del ecógrafo que allí hay un otro: sólo que para unos es un obstáculo a eliminar mientras que para otros es una persona y más allá todavía un prójimo desvalido del que hacerse cargo como el samaritano de la parábola evangélica.
Los médicos y la esperanza
¿Cómo podemos los médicos, dentro y fuera del ámbito íntimo de nuestros pacientes, incidir en la situación y hacer que la mirada objetivante y conflictiva se cambie en mirada de projimidad personal? Una respuesta posible la encontraremos en la segunda obra de Laín que hemos mencionado que trata de la esperanza.
De ella sólo recogeré una idea: el médico, dice Laín, está llamado a ser facilitador de la esperanza. Sólo la esperanza, unida al amor, es capaz de cambiar la mirada y ver en el niño por nacer no un otro-obstáculo sino un otro -persona, un otro-prójimo.
Dios quiera que los médicos estemos a la altura de nuestra misión y seamos capaces de infundir en nuestros pacientes y en la sociedad que nos mira y siempre aguarda nuestras palabas y nuestros gestos, el sentido de una otredad que nos hace prójimos y de una espera anclada en la esperanza. Tal vez así contribuyamos en alguna medida a disipar la sombra ominosa de la muerte que nos acecha.